. . .Y continúa
Espejo:
“Electa, pues, la
patrona y terminada la obra de la bandera, era consiguiente que se pensara en
que el ejército procediese a tributar el debido homenaje a la primera, y
prestar a la segunda el juramento que prescriben las ordenanzas. Para este caso, poniéndose de acuerdo el capitán
general con el gobernador intendente de provincia, se expidió un bando que se
promulgó con toda pompa señalando un día para la solemnidad, invitando a las
familias a adornar el frente de sus casas y las calles, en especial aquellas
por donde debía pasar el ejército hasta la plaza mayor.
“… A las diez de la
mañana apareció el ejército en uniforme de parada, mandado por el mayor general
Soler, acompañado del estado mayor, a caballo; recorrió esa ancha calle (de la
Cañada) entre los vivas y aclamaciones del pueblo entusiasmado y el estruendo
de las campanas de ocho iglesias que a un mismo tiempo repicaban. El regocijo y
la satisfacción habrían sido difícil medirlos. La columna hizo alto al llegar a
la esquina del convento de San Francisco,
para esperar que saliera del templo Ntra. Sra. Del Carmen, patrona electa,
y escoltada como prescribía el ceremonial. Salió la procesión encabezada por el
clero secular y regular, presidiéndola el capitán general acompañado del
gobernador intendente, del Cabildo, los empleados y demás distinguidos
ciudadanos siguiendo majestuosamente la
marcha hasta la iglesia matriz, donde en un sitial cubierto con tapete de
damasco, estaba doblada la bandera sobre una bandeja de plata. En ese momento
entro al templo una guardia de honor al mando de un capitán, compuesta de
piquetes de las compañías de granaderos de los cuatro escuadrones de infantería
y un abanderado que se situó en la nave del costado del evangelio. Así que se
cantó la tersia, y al entrar al altar los celebrantes, el general San Martín se
levantó de su asiento, y subiendo al presbiterio acompañado de dos edecanes,
tomó la bandeja con la bandera y la presentó al preste. Este la bendijo en la
forma de ritual, bendiciendo también el bastón
del General, que era de palisandro, con puño de un topacio como de dos pulgadas
de tamaño, acto que fue saludado con un salva de veintiún cañonazos. El general
por su mano amarró la bandera en el asta, y colocándola de nuevo en el sitial volvió
a tomar su asiento. Siguió la misa cantada hasta el evangelio en que el capellán
general castrense Dr. José Lorenzo Güiraldes, pronunció un panegírico adecuado
a la solemnidad, y al alzar se hizo otra salva de artillería como la anterior.
Terminada la misa con un tedeum-laudamus, la procesión volvió a salir con el
mismo cortejo hasta un altar que se había preparado sobre un tablado al costado
de la iglesia que miraba a la plaza, y al asomar la bandera y la Virgen, los
cuerpos presentaron armas y batieron marcha. Al subir la imagen para colocarla
en el altar, el capitán general le puso su bastón en la mano derecha, y luego
tomando la bandera, se acerco al perfil de la plataforma, donde en alta y
comprensible voz pronunció las siguientes palabras:
“Soldados: Esta es la
primera bandera que se ha levantado en América”, la batió por tres veces,
cuando las tropas y el pueblo respondían con un ¡viva la patria!, rompieron
dianas las bandas de música, las cajas y clarines, y la artillería hizo otra
salva de veintiún cañonazos. El general entregó la bandera al abanderado para
llevarlo a su puesto, y, al continuar su marcha la procesión, los cuerpos
formaron en columnas para escoltar a la Virgen hasta dejarla en su iglesia. ¡Qué
conjunto de emociones –agrega Espejo-, ofrecieron las tropas y el concurso en
aquellos solemnes momentos!
(8) Espejo, Gral.
Jerónimo: “El paso de Los Andes”. Crónica histórica de las operaciones del
Ejercito de los Andes”, págs. 445-48 (Bs. As., 1916).San Martín. Revista del
Instituto Nacional Sanmartiniano, año IV, Enero-Febrero de 1947 Nª 13, págs.
104-105
Recopilación de Guardaparque Roberto Tobares
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