Y fue religiosamente lo que debió ser, y por eso Dios le bendijo ampliamente. (6)
. . Mientras fue
gobernador de Cuyo, y preparaba el Ejército de los Andes, ordenó San Martín que
los domingos y días de fiesta se celebrara misa en el campamento, a la que asistía
él con todo su estado mayor.
El general Jerónimo
Espejo, que era uno de los componentes de dicho ejército, e íntimo de San Martín,
escribió que “los domingos y días de fiesta, se decía misa en el campamento y
se guardaba como descanso. En el centro de la plaza se armaba una gran tienda
de campaña (forrada de damasco carmesí, que desde Inglaterra le habían mandado
al General): allí colocaba el altar portátil y decía la misa el capellán
castrense Dr. D. José Lorenzo Güiraldes o algunos de los capellanes de los
cuerpos. El ejército se presentaba en el mejor estado de aseo, mandaba la
parada el Jefe del día, los cuerpos formaban frente al altar en columnas
cerradas estrechando las distancias, presidiendo el acto el General, acompañado
del resto del estado mayor. Concluida la misa el capellán dirigía a la tropa
una plática de treinta minutos, poco más o menos, reducida por lo general a excitar
las virtudes morales, la heroicidad en defensa de la Patria y la más estrecha
obediencia a las autoridades y superiores”.
Y notemos aquí que
sorprende la frecuencia con que el Ejército Libertador participaba en actos
religiosos, solemnes los más de ellos, solemnísimos algunos. En todos los
aniversarios patrios, en todas las grandes efemérides eclesiásticas, antes y
después de cada acción de guerra, el Ejército de los Andes, con San Martín al
frente, sabía postrarse ante el altar y elevar mente y corazón a Dios.
En la vida de San Martín
tiene plena realización aquel dicho del poeta:
“nunca es más grande el hombre que de rodillas”. (6)
(6)”El General San Martín”,
¿Masón-Católico-Deísta?, Guillermo Furlong S.J. Ediciones Theoria, Biblioteca
de Estudios Históricos.
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