San Martín en Mendoza
Continuamos con el relato sobre el accionar de San Martín como gobernador de Cuyo, pero ahora desde otro punto de vista.
Al cabo de dos meses de descanso en Córdoba, San Martín comenzó a sentir mejoría en su salud. Tuvo tiempo de pensar en ese proyecto que guardaba en su espíritu. Le escribió a Posadas solicitándole que se lo designara jefe político de Mendoza.
Al cabo de dos meses de descanso en Córdoba, San Martín comenzó a sentir mejoría en su salud. Tuvo tiempo de pensar en ese proyecto que guardaba en su espíritu. Le escribió a Posadas solicitándole que se lo designara jefe político de Mendoza.
La petición fue
concedida sin demora por el Director Supremo. Lo nombró Gobernador Intendente
de Cuyo con un doble objetivo: el de continuar con los servicios a la patria y
lograr la reparación de su quebrantada salud. Su jurisdicción comprendía
Mendoza, San Luis y San Juan, con un sueldo de $ 3.000 anuales.
Su misión era
defender el territorio de una inminente invasión realista.
Se dirigió a Mendoza
para hacerse cargo de sus funciones. Al entrar en su jurisdicción, le llamó la
atención la aridez del suelo y la cordillera al oeste, como una muralla
infranqueable. Lo acompañaban al costado de su camino, viñedos interminables y
cultivos de alfalfa, filas de álamos y las acequias con sus aguas cristalinas y
rumorosas.
Llegó al centro de la
ciudad el 7 de setiembre de 1814. El pueblo, curioso, empezó a reunirse en las
puertas de las casas para ver pasar y conocer al nuevo gobernador.
Fue recibido por
algunos miembros del Cabildo que le habían preparado una cómoda vivienda para
alojarse a tres cuadras y media de la plaza principal. Al principio no
aceptó, pero luego dijo que sí y agradeció
para no desairar a los miembros del cuerpo. La clase dirigente política lo
recibió con placer, como jefe y administrador de la provincia.
Su llegada fue
festejada con las más vivas demostraciones de adhesión y amor hacia su persona.
(“Recuerdos íntimos de Cuyo”, de Damián Hudson). Llamaron la atención sus
costumbres republicanas, sencillas y sin protocolo.
Se tenía muy en
cuenta sus brillantes desempeños anteriores en Europa, en San Lorenzo, Tucumán
y su gran prestigio moral.
Su capital estaba
formado entre otras cosas, por un grupo de amigos encabezado por Rodríguez Peña
y Manuel Belgrano, su sincero admirador que aprendió de él la técnica militar.
Un grupo de afiliados
a la Logia Lautaro, que tenía fe y confianza en San Martín; era considerado
como un buen táctico, un hábil organizador, un sableador valiente. Lo apoyaban
sin reparo. La prueba de ello lo revela el decreto de su nombramiento el 10 de Agosto de 1814,
firmado por la más alta autoridad de las Provincias Unidas, don Gervasio
Antonio de Posadas, Director Supremo, donde expresa la necesidad para Cuyo de
un jefe de probidad, valor y pericia militar, cuyas cualidades poseía el
coronel San Martín.
El era consciente de
esa enorme responsabilidad, por eso, al tomar posesión de su cargo, lo primero
que realiza es pensar cómo defender esa enorme línea fronteriza cordillerana.
Recorre principalmente los pasos más conocidos para posibilitar su defensa.
Pensó en los recursos
económicos y financieros necesarios. En consecuencia debió recurrir a
disposiciones drásticas, por supuesto no muy bien recibidas por la mayoría; por
ejemplo, empréstitos forzosos, siempre decretados por el Cabildo. Se creó una
contribución de guerra de tipo progresivo que mensualmente pagaban todos, según
sus medios patrimoniales, bajo juramento declarado. Los bienes de las herencias
vacantes que pasaban a ser propiedad de la provincia, los impuestos a los
fondos de los frailes mercedarios, los diezmos civiles; cada barril de vino que
se extrajera del territorio, pagaba un peso, o dos si el barril era de
aguardiente, la ablación de joyas y preseas. Las damas mendocinas donaban sus
ajuares al erario, encabezadas por doña Remedios Escalada, esposa del
Gobernador Intendente.
“Vista de la ciudad de Mendoza, tomada desde el Cabildo. 1860. INS. Buenos Aires. P. Mouse. Litografía de un dibujo de Palliere. (11) pág. 113 |
También aportaron con
patrióticos regalos las damas cuyanas en general, para ser justos en los
reconocimientos. Todos de un modo o de
otro, contribuyeron a la gesta libertadora de Los Andes, además del pueblo
cuyano, Buenos Aires, a través de Pueyrredón, y otros; y Chile con sus
valientes soldados.
El trabajo diario de
San Martín está reflejado, según Mitre, que revisó, leyó y estudió en los
cuadernos con el título de “Acuerdos”, que llevaban a San Martín, escrito de su
puño y letra en la página que corresponde al día 27 de diciembre de 1815 y
alude a 91 asuntos, los más variados, dispares y complicados”. No se explica cómo
un hombre puede tratar y resolver diariamente tantos y difíciles problemas
administrativos, políticos y militares. Atender minuciosamente la organización
y creación del ejército. Tuvo tiempo también para embellecer la ciudad, ordenar
la plantación de innumerables alamedas. Esta es otra de las cosas valiosas e
importantes. Dotó a la ciudad de agua potable. Organizó y planificó los
trabajos para canales de riego. En el área de la educación le dio especial
prioridad a la instrucción. Creó escuelas para la enseñanza del pueblo. Se preocupó por todos los actos culturales
creando bibliotecas, protegiendo los estudios universitos. Fue el primero en
fomentar el empleo de las vacunas. Dispensó especial preocupación por el régimen
carcelario.
San Martín necesitaba
mulas, caballos, monturas, uniformes, víveres y toda clase de recursos. Sin
perjuicio de las contribuciones que imponía, le solicitaba todo esto a
Pueyrredón.
Según cuentan, una mañana
en el Plumerillo (base de instrucción del Ejército) recibió un envío importante
desde Buenos Aires y con él, una carta del Director Supremo que decía lo
siguiente: “Van todos los vestuarios pedidos. Van cuatrocientos recados, van
hoy por el correo en un cajoncito, los dos únicos clarines que se han
encontrado. Van los doscientos sables de repuesto que me pidió. Van doscientas
tiendas de campaña o pabellones. No hay más. Va el mundo. Va el demonio. Va la
carne, y no sé yo cómo me irán con las trampas en que quedo para pagarlo todo;
a bien que en quebrado, cancelo cuentas con todos y me voy yo también para que
Ud. me dé algo del charqui que le mando y, carajo, no me vuelva Ud. a pedir más
si no quiere recibir la noticia de que he amanecido ahorcado en un tirante de
la fortaleza”
“San Martín dejó la
misiva sobre el escritorio y sonrió satisfecho” (“Don José” de García
Hamilton).
San Martín era un
hombre de acción.
Quería ver
personalmente las cosas. Dicen que disfrazado de paisano se presentaba de noche
ante los centinelas para ver si cumplían con la misión asignada. Se comenta que
entre sus costumbres estaba el placer por el juego de ajedrez, el mate, la
buena música, la lectura y la pintura. Era sobrio en la comida, gustaba del
puchero y el asado. De postre se servía dulces mendocinos. En el almuerzo bebía
dos copas de vino; luego hacía un corto paseo mientras fumaba un cigarro negro.
Fue un gran madrugador. Su vida fue siempre sobria y metódica. Hizo un culto de
la austeridad, de la honradez y del cumplimiento del deber.
Con el apoyo del pueblo,
el respaldo de la Logia Lautaro y del gobierno de las Provincias Unidas del Río
de la Plata, pudo llevar a cabo su costosa y arriesgada empresa.
Compilación: Guardaparque Roberto Tobares
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